Con el frío que ha llegado sin avisar que mejor que un relato de ficción que nos recuerde lo que se avecina,...espero que os guste.
Me
despertaba por las noches siempre con la misma imagen, la extensión de nieve
era infinita y a lo lejos se veía una casa de madera grande e imponente, o a mí
me lo parecía por aquél entonces.
En
el orfanato me vistieron con lo primero que encontraron, recuerdo que la
mayoría de las prendas eran rojas menos la chaqueta de pelo que habría
pertenecido a alguna niña rica que se había quedado huérfana como yo.
No
recordaba la edad que tenía cuando llegué a aquél lugar, solamente que me
habían tratado bien, el orfanato era un lugar gris y sucio donde niños y niñas
compartían cama e infancia, siempre teníamos un plato de comida caliente pero
lo justo para ir creciendo sin grandes alegrías.
El
día que me vistieron de rojo supe que me iba pero siempre con la incertidumbre
de no saber a dónde. Cuando el pequeño autobús del orfanato iba subiendo las
montañas mis nervios de niña iban aumentando en proporción a la pendiente.
Cuando
ya no se podía subir más, la Señorita Asunción le dijo a Pelayo el chófer:
-
Pelayo no podemos seguir, la dejaremos aquí, la casa se ve a lo lejos y tiene
unas piernas fuertes, podrá caminar sin problemas. Venga Renata es hora de
marcharte, tú familia te espera en aquella casa.
Pelayo
siempre había sido un buen hombre, siempre amable con todos nosotros, nos hacía
trucos de magia para hacernos reír. Me cogió de la mano antes de bajar las
escaleras del autobús:
-
Renata, corre hacia tú libertad, una familia te
espera para hacerte feliz, y nunca nunca mires atrás ni siquiera para ver mis
trucos de magia, vuela libre pequeña.
Borré
aquella imagen de mi mente para no sentir pena, dejé en aquél lugar a muchos
amigos a los que no volvería a ver jamás, cuando creces siendo de nadie
aprendes a dejar de sentir, las cosas no te afectan como cuando tienes cerca a
una familia que te quiere.
Encendí
la luz de la habitación y mamá apareció en la puerta:
- ¿Qué
te pasa Renata? – tenía cara de preocupada porque no era la primera vez que
venía en mi ayuda en plena noche.
-
Nada mamá vuelve a la cama, otra vez la misma
pesadilla, se me pasará enseguida.
Aquella
mujer y su marido, mi padre me habían devuelto la alegría cuando de niña
aparecí un buen día de invierno en su puerta con una farol y un vestido rojo. Aquellas
dos personas estaban deseosas de tener un hijo y yo llegué para eso, para
entregarme en cuerpo y alma al amor que me procesaban, todo fue muy fácil
porque yo no pretendí cambiarles ni ellos pretendieron cambiarme a mí, pasamos
meses observándonos sin descanso para saberlo todo los unos de los otros, no
hubo preguntas del pasado, solamente mucho cariño, amor y ganas de que aquella
situación funcionase.
Y
siempre funcionó. Me lo dieron todo, una buena educación, un hombro sobre el
que llorar y ahora quince años después la oportunidad de seguir mi camino y
marcharme a estudiar la carrera que siempre quise estudiar fuera de mi ciudad,
fuera de mi país, lejos de mi familia.
Las
pesadillas no eran otra cosa que miedo a volver a empezar de nuevo y otra vez
sola. No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme y eso me provocaba terror.
Respiré
muy hondo, me tranquilicé, y pensé en cosas buenas aquél fue el gran consejo
que me dio mi padre cuando las pesadillas empezaron, él con su voz
aterciopelada un día me dijo:
-
Renata aunque te vayas y vuelvas a estar sola,
siempre tendrás un lugar al que volver, el lugar en el que vive tú familia, tu
preciosa casa de madera rodeada de nieve en invierno y de amapolas en verano,
amapolas rojas como el vestido que te trajo a nosotros un buen día. Piensa en
ello cuando te sientas sola,…
FIN