Más relatos de ficción a punto de acabar el verano,...
Abrí los ojos y todo lo que vi a mi alrededor era blanco. No recordaba dónde estaba ni lo que había pasado, la única imagen que tenía en la cabeza era una gran luz que caía sobre mi y nada más, aparte de un gran ruido y el pitido más molesto del mundo.
A
los cuatro años creo que ya tenía muy claro lo que quería ser, siempre quise
hacer lo mismo, en mi mundo siempre hubo cámaras de fotografía, mi abuelo las
coleccionaba, mi padre las usaba y yo vivo de ellas, lo de ser corresponsal me
vino más tarde cuando me cansé de fotografías estudiadas y posadas, me parecían
demasiado fáciles, y quise ir más allá. Quise poner un poco de emoción en mi
vida pero quizás no tanta.
No
me sentía las piernas, estaba realmente cansado, en realidad no notaba ninguna
parte de mi cuerpo, si me hubiesen dicho que era una cabeza solamente me lo
hubiese creído.
De
repente el blanco se tornó color carne y vi una cara morena con un pañuelo
blanco que me miraba:
-
Hola Sr. Carrasco ¿qué tal se encuentra? – me dijo en un perfecto francés,
excepto por las dos erres de mi apellido, hubiese dicho que era francesa en
lugar de iraquí.
-
¿Qué tal? – allí en aquella camilla no se me ocurrió decir mucho más. – pues
aparte del hecho que no me siento ninguna parte de mi cuerpo, creo que estoy
bien.
-
Eso es por las medicinas que le hemos dado, ha sufrido un ataque, su cuerpo ha
quedado completamente cubierto de metralla y estuvo más de cinco horas en el
quirófano, los médicos hicieron un gran trabajo para que no pite en el control
de los aeropuertos. – vaya me había tocado la enfermera graciosa, mejor así
siempre he sido más de tomarme las cosas importantes a risa, es siempre la
mejor opción.
Aquella
mujer puso algo en el gotero que me transportó a un lugar muy lejano, cuando a
los cinco años tuve claro lo que quería hacer con mi vida, un prado verde lleno
de flores, un vestido rojo y la niña más guapa que nunca hubiese imaginado, yo
le hacía una fotografía y alguien nos la hizo a nosotros, mi madre me decía
años después que no entendía como podía estar tan obsesionado con ella, lo
quería saber todo de ella y solía afirmar categóricamente que iba a ser mi
mujer.
Hubo
dos motivos por los que estudié Bellas Artes, la primera porque como se dice
vulgarmente lo mamé de mi padre y la segunda porque una niña años después
no quiso saber nada de mi. Me fui a París intentando dejar mi roto corazón por
el camino pero por desgracia eso nunca ocurre, el corazón siempre nos lo
llevamos con nosotros y me costó unos cuantos meses olvidar a la niña del
vestido rojo que se llamaba Renata, por cierto.
Años
después nos volveríamos a encontrar y entonces sería ella la que me buscaría y
yo el que le daría calabazas, ya de corresponsal no quería saber nada de mujeres,
tenía sed de aventuras, la sensación de miedo cuando las bombas caen tan cerca
es indescriptible y sabes inconscientemente que el Pullitzer ronda cerca, nunca
hice las fotos pensando en los premios pero siempre buscas superarte.
Un dolor
intenso volvió a recorrerme el cuerpo, se me había acabado el medicamento del
gotero y había vuelto a la realidad, con lo feliz que era yo viviendo sueños ya
vividos, maldita sean las bombas, las armas y todo lo que mata.
- ¡Enfeermeeeeraaaaaaa!