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¡Ana! Cuando acabes con las cajas de cereales ves a frutería por favor, tienes
algo que colocar – Ana se giró del susto que le dio su supervisora.
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Claro acabo en tres minutos y voy – a pesar del grito ella siempre se mantenía
en su lugar, eran casi las cinco y tenía otras cosas más importantes en la
cabeza que pensar en lo borde que era su jefa.
Ana
siempre estaba pendiente del reloj cuando regresaba de su descanso para comer.
A eso de las cinco siempre aparecía él, no sabía como se llamaba, ni que idioma
hablaba ni siquiera si era heterosexual pero estaba locamente enamorada de
aquél hombre, que debía tener unos veinte años más que ella, un día hacía ya
unos tres meses le había visto aparecer por la puerta del supermercado y desde
entonces no dejaba de pensar en él. Había sido un flechazo en toda regla.
Para
ella solo era un trabajo alimenticio estudiaba a distancia la carrera que
siempre había querido estudiar y el sueldo le permitía vivir y pagársela,
estaba muy cerca de conseguirlo, último curso ya, aún no sabía si quería
ejercer en la gran ciudad o en su pequeña ciudad pero eso dependía de si su
enamorado algún día se fijaba en ella o no. Lo cierto es que nunca le había
visto mirarla, lo cuál era frustrante, ella lo achacaba al feo uniforme que les
hacían llevar porque era imposible que
alguien se fijara en ella. Aparte del uniforme era una mujer guapa, no
demasiado alta pero perfectamente proporcionada y de lo que más orgullosa
estaba era de sus enormes ojos verdes que quedaban escondidos tras el feo
uniforme.
Aquél
día cualquiera se estaba retrasando más de lo normal, los días que no aparecían
eran deprimentes porque eran días perdidos, cuando le veía su cabeza empezaba a
imaginar mil historias de cómo sería su primer encuentro, de cómo le seduciría
con sus ojazos, en fin las horas en aquél aburrido y monótono trabajo le
pasaban volando si tenía en lo que pensar.
Esa
tarde la habían sepultado a una de las cajas, era lo que menos le gustaba,
aburrido y encima en contacto con los clientes, como ella se desvivía por hacer
bien su trabajo acababa agotada de tanto sonreír y derrochar amabilidad.
Tan
inmersa estaba en lo que hacía que no vio como su amor entraba por la puerta
principal, cogía su carro como todos los días y se dirigía a la sección de
panadería. Se había preguntado muchas veces a qué se debía dedicar o se había
dedicado porque quizás ya estaba jubilado , si no no debía faltarle mucho, no
sabía que era lo que le gustaba de él, la mirada, sus zapatos o su reloj pero le
gustaba eso lo tenía claro.
-
Son 53, 50€ señora – le dijo a la viejecita que venía unas cuatro veces cada
día, cuando trabajas en un supermercado te tienes que imaginar la vida de los
clientes habituales para no morir de aburrimiento algún día estaba por
preguntarle como se llamaba porque la veía más veces en una semana que a sus
padres, aunque en realidad a sus padres no los veía nunca porque vivían a mil
kilómetros de distancia. Aquella abuela debía vivir con su hija y para que no
se aburriera y se sintiera útil la mandaba a hacer recados al supermercado de
uno en uno, era una forma de mantenerla activa y entretenida.
Tan
concentrada estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta del hombre que
acababa de entrar y se había puesto detrás de ella, no reaccionó hasta que noto
un objeto punzante en su cintura y al darse la vuelta para ver lo que era el
sujeto la agarró por la cintura y le tapó la boca.
-
Dame todo el dinero de la caja o hoy no sales viva de aquí – que claridad en la
expresión.
-
Claro un momento, hay una persona de seguridad que ya debe venir hacia aquí –
nunca sabemos como vamos a reaccionar en momentos de tensión y estaba claro que
ella mal muy mal.
-
¡Que me des el dinero ahora!
-
Bien, un momento no puedo abrir la caja sin haber marcado nada antes, ves, me
tengo que agachar y darle a la palanca que hay en el suelo
-
Pues hazlo no me cuentes tú vida
En
lo que Ana se agachó y buscó con su mano la palanca se oyó un terrible golpe,
Ana se levantó y su agresor ya no estaba, bueno estaba, pero tumbado en el
suelo, a su lado había una lata de tomate y en la cabeza del hombre un enorme
golpe, se giró para ver de donde había salido el proyectil y le vio a él,
estaba allí de pie y le sonreía.
Ana
fue hacia él y le abrazó y él le devolvió el abrazo.
-
Vaya que puntería, le debo la vida, ¿cómo se le ocurrió hacer algo así?
- Te
estaba mirando, en realidad siempre te miro cuando tu no me ves, y fue algo
instintivo, cogí lo primero que pudiese ser utilizado como arma y lo lancé, he
sido tirador de arco profesional así que tengo buena puntería.
Ana
ya sabía a que se dedicaba su héroe, en realidad a partir de aquél día lo supo
todo de él, no le importaba su edad, cada día que pasaba quería más a su
salvador a su Robin Hood.
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